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Mirar la noche con ojos de reportera cuesta. Estar atento a la fuente que emerge de los sonidos y la algarabía reta la atención que suele adormecerse con la muerte del sol.

Las distracciones me rodean y no sé si escuchar, mirar, caminar, conversar de nada o reírme. Trato de afinar los sentidos y no perderme en los olores y los afanes de la madrugada de la plaza. Logro en esta lucha de intensiones llenar la libreta de apuntes y enfocar las imágenes a través del visor. Me encanta el rol de observadora nocturna, imagino en dónde terminará cada mango, plátano y piña que se mueven desde el camión a unos hombros y de allí se esparcen por las canastas que finalmente las exhibirán.

La Plaza Mayorista nace cada madrugada a eso de las tres cuando llegan todos los alimentos que provienen de los pueblos. Tanto alimento, todo proveniente de la naturaleza que combina bien con la cultura campesina que aún permanece en algunos lugares.

Las frutas y verduras van a mil de un lado otro, de hombro a hombro, este correcorre emociona más cuando se consciente de que afuera Medellín duerme. Estas imágenes hablan de una ciudad distinta, aún con aires rurales, una ciudad que huele a apio, zanahorias, coliflor y arena.

Una mirada más allá de las playas

Capurganá

Por: Angélica María Cuevas Guarnizo

Capurganá  se descubre sobre las montañas que parecen flotar en el Mar Caribe. El verdadero Chocó, lejos de los turistas, vive unas cuadras más adentro y se refeja en las risas espontáneas de los niños, una mujer que teje uniformes al son de la música caribeña y en los hombres que transportan a los viajeros por medio de improvisadas carretas. Carpurganá es alegría y tranquilidad.


Inmóviles pero vivos

Por: Angélica María Cuevas Guarnizo

Estatua humana

A las siete en punto de la mañana, en La Playa con La Oriental Harlington Ferrucho se baja del bus que desde San Javier lo lleva todos los días al parque de San Antonio, camina hasta la Avenida La Playa y se sienta en la esquina, en un cubo de cemento. Cuarenta y cinco minutos le lleva maquillarse los brazos, el rostro y los pies, y ponerse el traje de minero que con orgullo dice haber diseñado. Una camisa y una bermuda pintadas con varias capas de vinilo negro, con pequeñas tiritas recortadas en los bordes de los brazos y las piernas, junto una pica hecha de palo, que Harlington mueve cada vez que recibe una moneda,  completan el atuendo que el barranquillero, de veinticinco años, usa hace trece meses.

Una hora después, en la Plazoleta de Botero, Nancy Pérez abre la tapa del vinilo negro revuelto con agua y, con el dedo índice de la mano derecha, comienza a pintarse el brazo izquierdo. Cubre bien la piel morena y reseca de sus manos y se concentra en ocultar el rojo intenso de las uñas disparejas, cuando se maquilla la cara, hace muecas estirando las mejillas para evitar las grietas que se forman cuando el vinilo se seca. Soy costeña, de Ayapel- Córdoba, ¡yo hablo tan feo! Por eso la gente se da cuenta que no soy de acá. Yo soy del campo, de donde la tierra da el plátano, el ñame, el arroz. No como acá que cualquier cosa vale, por eso que no me gusta la ciudad.

Nancy, con 34 años, tiene la piel desgastada por el sol y por la vida, hace tres años fue desplazada de Ayapel por presiones de los paramilitares, ellos decían que nosotros escondíamos guerrilla en la casa, pero qué guerrilla íbamos a tener, nosotros somos gente de bien. Viajó a Medellín con sus cuatro hijos y su mamá enferma, y se ubicaron por un tiempo en el rancho del mayor de sus hermanos que rápidamente la entrenó en el oficio. Tres años parándose todos los días de 8 a 5 de la tarde entre las obesas esculturas de Botero que adornan los alrededores del Museo de Antioquia y contrastan con su delgadez, soportando el sol, cada día más intenso, que la indispone y algunas noches le hace sangrar la nariz.

NancyTres cuadras debajo de Harlington,  en toda la Playa con Junin, Edilberto Villareal, caucasiano de 37 años, se maquilla la cara con los colores del camufaldo, se pone el pantalón que le quedó de su paso por el ejército y la camisa gruesa que compró en Los Puentes, se organiza la boina y una visera que lleva incrustada una linterna, se amarra las botas, se cuelga el maletín que arregló con dos ollas, una colchoneta y un telescopio para que parezca de campamento, se guinda del cuello unos binóculos y agarra en la mano derecha un radio teléfono de juguete, acomoda bien la diadema negra que junto a un micrófono adorna la cara y se monta en el baúl de unos cincuenta centímetros de alto donde se lee:

COMANDO

Yo fui lo que otros no quisieron ser
Yo fui donde otros les dio miedo ir
E hice lo que otros no pudieron hacer
Yo no le  pedí nada a aquellos que nada debían
Y acepté con renuncia el pensamiento de vivir en soledad

Edilberto lleva doce años dedicándole la vida al arte. En movimiento se vuelve payaso, mimo o bailarín de salsa. Detenido puede ser monje, dios griego, u “hombre de Inglaterra”, al que le da vida poniéndose unas gafas y simulando leer un libro cubierto de vinilo. Trabajó mucho tiempo en latonería y puliendo objetos en fibra de vidrio, y se retiró porque la piel se le volvió alérgica a la fibra y vivía lleno de salpullido.

Ni Harlington, ni Nancy y ni Edilberto imaginaron cuando niños que con los años terminarían congelados a kilómetros de sus tierras, en el centro de Medellín, esperando las monedas que les darían de comer a diario.

Militar Blog

Arriba Nancy piensa en su tierra, en el día en que pueda regresar, y Edilberto recuerda a sus niños cuando le dicen que grandes quieren ser como él, no se imaginan lo difícil que es, pero yo haré esto hasta la muerte, hasta que tenga setenta u ochenta y ya no pueda pintarme la cara.

A las cinco de la tarde los tres se sientan un rato, se desmaquillan, guardan el vestuario, Edilberto coge el bus hasta Villatina, Harlington hasta San Javier y Nancy hasta París, el primero hace un poco de ejercicio antes de acostarse, Nancy prepara la comida y Harlington conversa con la amiga con la que vive, las noches son dolorosas, los pies se hinchan y la piel arde. Las estatuas sueñan, descansan y esperan otro día para estar inmóviles, pero vivos.

Angélica Cuevas

Estudiante de Comunicación Social - Periodismo

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