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Inmóviles pero vivos

Por: Angélica María Cuevas Guarnizo

Estatua humana

A las siete en punto de la mañana, en La Playa con La Oriental Harlington Ferrucho se baja del bus que desde San Javier lo lleva todos los días al parque de San Antonio, camina hasta la Avenida La Playa y se sienta en la esquina, en un cubo de cemento. Cuarenta y cinco minutos le lleva maquillarse los brazos, el rostro y los pies, y ponerse el traje de minero que con orgullo dice haber diseñado. Una camisa y una bermuda pintadas con varias capas de vinilo negro, con pequeñas tiritas recortadas en los bordes de los brazos y las piernas, junto una pica hecha de palo, que Harlington mueve cada vez que recibe una moneda,  completan el atuendo que el barranquillero, de veinticinco años, usa hace trece meses.

Una hora después, en la Plazoleta de Botero, Nancy Pérez abre la tapa del vinilo negro revuelto con agua y, con el dedo índice de la mano derecha, comienza a pintarse el brazo izquierdo. Cubre bien la piel morena y reseca de sus manos y se concentra en ocultar el rojo intenso de las uñas disparejas, cuando se maquilla la cara, hace muecas estirando las mejillas para evitar las grietas que se forman cuando el vinilo se seca. Soy costeña, de Ayapel- Córdoba, ¡yo hablo tan feo! Por eso la gente se da cuenta que no soy de acá. Yo soy del campo, de donde la tierra da el plátano, el ñame, el arroz. No como acá que cualquier cosa vale, por eso que no me gusta la ciudad.

Nancy, con 34 años, tiene la piel desgastada por el sol y por la vida, hace tres años fue desplazada de Ayapel por presiones de los paramilitares, ellos decían que nosotros escondíamos guerrilla en la casa, pero qué guerrilla íbamos a tener, nosotros somos gente de bien. Viajó a Medellín con sus cuatro hijos y su mamá enferma, y se ubicaron por un tiempo en el rancho del mayor de sus hermanos que rápidamente la entrenó en el oficio. Tres años parándose todos los días de 8 a 5 de la tarde entre las obesas esculturas de Botero que adornan los alrededores del Museo de Antioquia y contrastan con su delgadez, soportando el sol, cada día más intenso, que la indispone y algunas noches le hace sangrar la nariz.

NancyTres cuadras debajo de Harlington,  en toda la Playa con Junin, Edilberto Villareal, caucasiano de 37 años, se maquilla la cara con los colores del camufaldo, se pone el pantalón que le quedó de su paso por el ejército y la camisa gruesa que compró en Los Puentes, se organiza la boina y una visera que lleva incrustada una linterna, se amarra las botas, se cuelga el maletín que arregló con dos ollas, una colchoneta y un telescopio para que parezca de campamento, se guinda del cuello unos binóculos y agarra en la mano derecha un radio teléfono de juguete, acomoda bien la diadema negra que junto a un micrófono adorna la cara y se monta en el baúl de unos cincuenta centímetros de alto donde se lee:

COMANDO

Yo fui lo que otros no quisieron ser
Yo fui donde otros les dio miedo ir
E hice lo que otros no pudieron hacer
Yo no le  pedí nada a aquellos que nada debían
Y acepté con renuncia el pensamiento de vivir en soledad

Edilberto lleva doce años dedicándole la vida al arte. En movimiento se vuelve payaso, mimo o bailarín de salsa. Detenido puede ser monje, dios griego, u “hombre de Inglaterra”, al que le da vida poniéndose unas gafas y simulando leer un libro cubierto de vinilo. Trabajó mucho tiempo en latonería y puliendo objetos en fibra de vidrio, y se retiró porque la piel se le volvió alérgica a la fibra y vivía lleno de salpullido.

Ni Harlington, ni Nancy y ni Edilberto imaginaron cuando niños que con los años terminarían congelados a kilómetros de sus tierras, en el centro de Medellín, esperando las monedas que les darían de comer a diario.

Militar Blog

Arriba Nancy piensa en su tierra, en el día en que pueda regresar, y Edilberto recuerda a sus niños cuando le dicen que grandes quieren ser como él, no se imaginan lo difícil que es, pero yo haré esto hasta la muerte, hasta que tenga setenta u ochenta y ya no pueda pintarme la cara.

A las cinco de la tarde los tres se sientan un rato, se desmaquillan, guardan el vestuario, Edilberto coge el bus hasta Villatina, Harlington hasta San Javier y Nancy hasta París, el primero hace un poco de ejercicio antes de acostarse, Nancy prepara la comida y Harlington conversa con la amiga con la que vive, las noches son dolorosas, los pies se hinchan y la piel arde. Las estatuas sueñan, descansan y esperan otro día para estar inmóviles, pero vivos.

El pescado y el  olor de Juanambú serán historia

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Por: Angélica María Cuevas Guarnizo

Fotografías: Angelica María Cuevas Guarnizo

Tres cuadras a la redonda se comienza a sentir el olor a pescado que desde hace más de 25 años envuelve al sector de Juanambú. Ubicada sobre la calle 54, entre Carabobo y Bolívar, la cuadra del pescado se adorna con 13 carpas de colores bajo las que yacen kilos y kilos de carne blanca, en las aceras en las que a través de los años se han instalado más de 35 familias.

El fuerte olor, hasta el momento no ha impedido que alrededor del pescado haya una farmacia, un puesto de chance, una venta de pinturas, dos tabernas, una compraventa y un hotel. En Juanambú hay clientes para todo, a las 4 de la tarde las minifaldas de la taberna desfilan al lado del último puesto de aluminio repleto de tilapia roja y negra.

La primera vez que llegué a ese lugar fue mientras caminaba desprevenida por el centro, en un instante las aceras se tapizaron de escamas y los puestos de frutas y de electrodomésticos se reemplazaron por bagres, nicuros, tilapias y bocachicos de río. No recordaba como volver a llegar, en una esquina, cerca al parque de Bolivar bajé la ventanilla del carro y le pregunté a un joven si estaba cerca, -baje dos cuadras, pase la vía del metro y siga hacia la izquierda hasta que encuentre el olor a pescado rancio, y ahí llega-. Siguiendo las indicaciones llegué, me bajé del carro y me encontré con Marta Vásquez.

Mientras me acercaba al puesto de Marta, ubicado en la mitad de la cuadra, ella se sobaba los pies y hablaba con uno de sus 10 hijos, un niño de 12 años, que descansaba acostado a su lado sobre una nevera de icopor.

«Yo trabajé en una fábrica, un día llegué cinco minutos tarde y fue suficiente para ganarme atropellos y humillaciones, así que me vine para la calle, a conseguirme lo mío y lo de los niños», el mayor de sus hijos tiene 28 años y el menor 7, desde hace once Marta vende pescado para sostenerse. «El pescado se vende por peso, tres libras de tilapia las cobro a 10 mil», explica señalando la mercancía.

Marta para de sobarse los pies y le ofrece a una clienta un bocachico en siete mil pesos, la mujer delgada le extiende la mano con el dinero y Marta lo agarra al mismo tiempo que al pescado, después de haberle quitado las escamas, con fuertes cuchillazos parte al animal en cuatro pedazos, le hace pequeñas y seguidas incisiones verticales a través del cuerpo, entrega el producto,  limpia con los dedos el cuchillo y lo pone sobre la mesa de aluminio.

«Al señor del lado le decomisaron para Semana Santa toda la mercancía porque la tenía en un mueble de madera, estaba toda buena y se la quitaron» relata Marta refiriéndose a los controles de la Alcaldía.

pez2Acero inoxidable, agua, y equipos de refrigeración son las condiciones mínimas que La Secretaría de Salud les exigen a los comerciantes. Existen en el centro de Medellín más de 2.500 puestos de venta callejera donde muchos productos esperan ser comprados al sol y al aire, aíre bastante contaminado.

Sobre la congestionada vía del pescado, la 54, pasan seis rutas de buses. La calle de carriles angostos se vuele caótica por el ruido, el olor, la contaminación y el acelerado tránsito. Los pescados, en medio del desorden y expuestos sin ninguna protección al ambiente reciben, cada segundo, un número de bacterias difíciles de imaginar.

A pesar de algunos y para bien de otros, los venteros de pescado de Juanambú se encuentran en un proceso de reubicación hacia el Centro Comercial del Pescado y la Cosecha ubicado en Tenerife (carrera 55) que sería intervenido para mejorar la calidad del espacio y brindarle a los comerciantes condiciones dignas de trabajo.

Para Marta el traslado al Centro del Pescado les daría mejores condiciones, pues ella espera que la Alcaldía le reemplace su nevera de icopor por un refrigerador. Pero Rosalba Buitrago, ex-representante de los venteros de Juanambú dice que esta reubicación no le parece digna porque los puestos donde los quieren meter son muy pequeños y sería muy difícil organizar el pescado.

Los plazos se han venido expandiendo, y la confianza en la Alcaldía disminuyendo, los venteros no ven cerca la reubicación que cambiará la historia de una zona que por más de 25 años sabe a blanquillo, bagre, bocachico, nicuro y tilapia.

 ARTICULO
 Publicado en el periódico Contexto No. 19 Marzo de 2009
«Dejamos en consideranción el uso de este producto como parte de sus creencias»      

 «Pociones mágicas»

 

Los productos que más se comercializan son los utilizados para atraer el amor, la suerte y la protección

Los productos que más se comercializan son los utilizados para atraer el amor, la suerte y la protección

Por: Angélica María Cuevas Guarnizo

Fotografías: Angelica María Cuevas Guarnizo


Los artículos “esotéricos” que se venden en el centro de Medellín retratan elementos importantes de la cultura de la ciudad. Necesidades, esperanza, experiencias y fe permiten que los compradores le otorguen sentido a ciertos productos que servirán de pócima para curar dolencias físicas y emocionales.

 

 

“Primero usted necesita un baño para las malas energías, después para despegar, otro para abrir caminos, luego el de la suerte, el dinero, la abundancia… pero, eso sí, si usted no tiene fe, nada le va a servir,” dice Gilberto Valencia, empleado del centro esotérico El Dragón Dorado, mientras ofrece amablemente varas de incienso, esencias, baños, riegos, velas y jabones con nombres llamativos que anuncian sus infinitos beneficios: Juan Dinero, Seducción, Lluvia de oro, Miel de amor, Siete ventas, Afrodita… más de 50 clases de productos ofrecidos para aliviar cualquier preocupación y atraer las buenas energías. Algunos de los riegos y los baños incluyen oraciones que advierten, según Gilberto, que sólo las personas creyentes en Dios pueden beneficiarse de estos productos.

 

Catalina Muñoz, egresada de la facultad de Antropología de la Universidad de Antioquia que investigó en su proyecto de grado sobre el embrujamiento afirma que estas representaciones en la ciudad hablan de una mezcla cultural que viene desde la colonia:“son rituales acomodados a la cultura que se transforman con las nuevas dinámicas sociales”. Estos rituales son catalogados como mágico-religiosos, pues así por la Iglesia no sean bien vistos, la mayoría de personas que las consumen las asocian con la fe.

 

 “Lo que más se vende son las esencias para atraer el amor, la suerte y la protección”, dice Sthepanie Quintero, que trabaja en una tienda esotérica en Junín. Para ella la efectividad de los productos se basa en la fe que le tengan las personas: “los clientes nos dicen que les activemos los jabones desconociendo que son ellos quienes los activan con sus energías”. Jairo Franco, dueño de la Cacharrería Medellín ubicada en Carabobo, emporio del esoterismo del centro, afirma “sino funcionaran no los compraría nadie”.

 

La efectividad de estos productos puede explicarse a través del “efecto placebo”, basado en la utilización de alguna sustancia que carece de acción terapéutica, pero que produce algún efecto placentero si el que la recibe se convence de que le va a funcionar. Cuando una mujer utiliza una esencia para llamar la atención del hombre que desea y se la aplica, convencida de que le va a funcionar, se siente segura y atractiva, esto puede generar en el hombre un interés en ella que se puede traducir como el éxito de la poción.

 

En la antropología, la funcionalidad de los artículos esotéricos también tiene sentido si se explica a través la Eficacia Simbólica (concepto del antropólogo Lévi-Strauss) considerando que la verdad y el poder de las velas, riegos, esencias… se sostienen en un “triple convencimiento: el del paciente, el del que cura, y el de la comunidad como testigo y red social de la escena”. Si alguno de los tres dejara de creer, los productos no tendrían ningún efecto.

 

Para Freud el hombre como ser cultural necesita la construcción de artefactos que le permitan enfrentar el sufrimiento, el dolor, la muerte. La actual situación del país, la falta de recursos económicos, el desempleo y las salidas fáciles, son los factores comunes que llevan a las personas de la ciudad a buscar estas soluciones: “La gente está desesperada, la situación está muy dura y se debe invertir con la esperanza de ganar”, dice Gilberto Valencia.

 

Carmenza Higuita de 55 años hace la fila para pagar un riego Siete Ventas y un sahumerio para limpiar su casa de impurezas e “ir a la fija con el negocio” y afirma con convicción que, a ella los productos le funcionan porque “hay que ponerle fe a todo”.

 

En el empaque de la esencia Miel de Amor, comercializada por Productos Milenio, puede leerse bajo la ilustración: “Con la ayuda de Miel de Amor, lograrás única y totalmente el cariño del ser amado. Este producto es preparado por tribus africanas (aunque al final del empaque esté inscrito “producido en Medellín”), elaborado a base de extractos de hierbas y grasas animales altamente afrodisiacos”, seguido de la frase “Dejamos en consideración el uso de este producto como parte de sus creencias”.

 

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ARTÍCULO  

Publicado en el periódico Contexto No. 18 Diciembre de 2008

Un circo urbano, donde sus integrantes vuelven a casa

Noches de Fantasía

 

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Los bombillos que rodean la carpa del Circo Fantasía se encienden a la siete de la noche. Un cable largo une el tablero de madera repleto de enchufes con una de las torres de energía del barrio Moravia.  La carpa cromática con capacidad para 300 personas, ofrecerá durante 20 días un espectáculo de dos horas que incluye magia, malabares, ula ula, música, acrobacias y humor.

                                                                                                

Mónica María Samudio Valencia
moniksamudio@gmail.com

Angélica María Cuevas Guarnizo
angelicamcuevas@gmail.com


En la estrecha taquilla Leo inicia la venta de boletas, $1000 niños y $1500 adultos. Comienza el ingreso de los inquietos asistentes que se acomodan sobre las graderías de madera aseguradas con lazos. Nelba prepara la mesa de los pasabocas y las gaseosas mientras Yordan organiza el sonido y Carlos en el micrófono anuncia con entusiasmo el inicio del show. Detrás del escenario, en tres pequeñas carpas,  los demás se preparan para salir a escena, el maquillaje, los trajes brillantes, las mascotas, todos listos antes del llamado.

En los últimos días algunas de las funciones se cancelaron por la falta de asistentes unas por la lluvia y otras porque como dice Libario, uno de los payasos,  “ya es muy difícil competir con el DVD y la parabólica, ahora los circos sólo funcionan los fines de semana, mientras que hace 20 años era una de las pocas opciones de entretenimiento”

En el 2005 Yilda Valencia, propietaria del circo,  ganó el concurso Capital Semilla de la Alcaldía de Medellín, en el que recibió cinco millones de pesos para poner en marcha la empresa de recreación que junto con otros préstamos terminó dándole vida al circo.

Tres años después de la primera función la carpa y sus protagonistas han recorrido cerca 36 barrios de Medellín. En el Circo Fantasía, el mismo que aparece en el directorio telefónico ofreciendo servicios de recreación, la mayoría de sus artistas no habitan, llegan antes de cada función,  entran a escena y vuelven a sus casas. Detrás de la tarima principal está la carpa en la viven Jordan, Mónica y su bebé de tres meses “vivimos tranquilos, no como reyes, pero tampoco de manera miserable, tenemos televisión y nuestras cositas” dice Jordan.

¿Y qué es la vida de un circo?

 

“Le toca meterse a uno a lo que le sea”: León Darío Salazar

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Al dueño del circo esta vida le llegó como una oportunidad de empleo, debe estar siempre  al tanto de las funciones como de los trabajos de recreación que salgan extra. Aparte de aparecer palomas, León se encarga de conseguir los lotes y los permisos para poder laborar. En este espacio “todos son amigos, personas cercanas que necesitan de mí, como yo necesito de ellas”.


 

“Me gusta compartir con los niños”: Nelba Neth Jaramillo

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“Eres piel morena, canto pasión y arena, eres piel morena…” Con su cabello ondulado sobre el rostro más el movimiento de cadera y la sonrisa amplia, Nelba cautiva a todos los espectadores cuando canta. Disfruta del circo porque le permite conocer a las personas que como ella están enamoradas de lo que hacen, “…me gusta reírme todos los días cuando vuelvo y veo a los payasos”.

 

 

 

 

 

 “Es importante el reconocimiento del público”: Carlos Fernado León

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Bizcochito salé de sorpresa por la parte trasera de la carpa, se ríe del público y baja a zancadas para empezar su punto. El tolimense que llegó a Medellín hace 14 años ama la vida del circo porque encuentra en ella la forma de hacerle olvidar a las personas los problemas por un instante.

 

 

 

 

 

“Es la vida nómada que se desarrolla bajo un techo efímero”: Libario Tapias

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Libario Tapia lleva 35 años maquillándose el rostro de la misma forma antes de salir a escena y convertirse en Mecato, “El maquillaje es como tu cédula, es lo que te identifica”. Los tiempos han cambiado y para Libario “La cultura de los circos tiende a deteriorarse, pero este espacio no se acaba, porque para que se acaben sería necesario que se acabaran los niños”.

“Es el amor a esto, es el arte por el arte”: Yordan

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Yordan mueve sus manos con agilidad y desaparece varias monedas de golpe, “las manos son más rápidas que la vista” dice. Empezó en los circos desde que tenía 12 años, al principio fue payaso, pero pronto se dio cuenta que lo suyo era la magia y  los malabares.

 

Angélica Cuevas

Estudiante de Comunicación Social - Periodismo

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